El pánico no es un plan de inversión 

En las últimas semanas, los mercados han mostrado una fuerte volatilidad. Las noticias hablan de inflación persistente, tensiones geopolíticas, ajustes en las tasas de interés, y el sentimiento general es de incertidumbre. En ese contexto, es natural que sintamos ansiedad al revisar nuestras inversiones. La reacción instintiva muchas veces es pensar: “¿Vendo ahora antes de que siga cayendo?”, “¿Y si esto no se recupera?”, “Mejor me salgo antes de perder todo”.

Es importante saber que esas sensaciones no son signos de debilidad ni de inexperiencia. Son respuestas humanas ante el riesgo y la incertidumbre. El problema surge cuando actuamos desde esas emociones, sin filtrar lo que estamos sintiendo. Allí es cuando entran en juego los sesgos emocionales, atajos mentales que nos ayudan a procesar información rápidamente… pero que muchas veces nos llevan a conclusiones erradas.

Los principales sesgos que aparecen cuando el mercado cae

  1. Aversión a las pérdidas
    Es uno de los sesgos más documentados en finanzas conductuales. Significa que el dolor de perder es psicológicamente más intenso que el placer de ganar lo mismo. Por eso, cuando vemos que nuestras inversiones caen, sentimos una incomodidad tan grande que preferimos vender para “sacarnos el problema de encima”, aun si eso implica materializar una pérdida que podría haber sido solo temporaria. Este sesgo nos lleva a querer evitar el dolor a toda costa, incluso cuando mantener la inversión podría ser la mejor decisión.

  2. Sesgo de acción
    Cuando los mercados caen, sentimos la necesidad de hacer algo. Esa sensación de descontrol nos empuja a tomar decisiones rápidas para recuperar la sensación de que estamos al mando. El problema es que actuar por actuar (como vender en medio del pánico) puede agravar la situación. A veces, lo más prudente es observar, esperar y no tomar decisiones apresuradas

  3. Efecto manada
    En épocas de euforia, el miedo a quedarse afuera (FOMO, por sus siglas en inglés) nos empuja a comprar lo que todos compran, y en las caídas, se produce el efecto contrario: si todos están vendiendo, sentimos que deberíamos hacer lo mismo. Sin embargo, las decisiones de inversión deben responder a nuestro propio perfil, objetivos y horizonte temporal, no a lo que está haciendo la mayoría.

  4. Sesgo de anclaje
    Este sesgo aparece cuando nos quedamos “anclados” al precio al que compramos una inversión. Por ejemplo, si compramos una acción a $100 y hoy está en $70, nos cuesta aceptar que la realidad cambió. Seguimos esperando que vuelva a $100, como si ese precio fuese su valor “real”. Eso nos puede llevar tanto a vender por frustración, como a mantener una inversión que ya no tiene fundamentos sólidos, solo por el deseo de recuperar lo perdido.

  5. Sesgo de confirmación
    En momentos de estrés, tendemos a buscar información que confirme lo que ya creemos. Si pensamos que todo va a seguir bajando, leemos solo titulares negativos. Si estamos convencidos de que hay una oportunidad, ignoramos señales de advertencia. Esto limita nuestra capacidad de tomar decisiones equilibradas y nos encierra en una visión parcial de la realidad.

¿Cómo evitar decisiones impulsivas?

Saber que estos sesgos existen ya es un primer paso. El segundo es adoptar estrategias concretas para no dejarnos llevar por ellos:

  • Volver siempre al objetivo: Antes de invertir, definiste un propósito y un horizonte de tiempo. Revisa ese plan. Si tus metas no cambiaron, probablemente tu estrategia tampoco deba hacerlo.

  • Evaluar con perspectiva histórica: Los mercados tienen ciclos, las caídas son parte del proceso y, aunque incomodan, también ofrecen oportunidades. Lo importante es no tomar decisiones permanentes en momentos transitorios.

  • Definir reglas por anticipado: Establecer criterios claros para cuándo comprar, mantener o vender te ayuda a actuar con mayor racionalidad. Por ejemplo: “Solo vendo si una inversión baja más de un 25% y los fundamentos económicos cambian”.

  • Evitar revisar la cartera todos los días: Mirar el portafolio constantemente en épocas de volatilidad puede aumentar la ansiedad. En cambio, programar revisiones periódicas permite tomar distancia emocional y no tomar decisiones impulsivas.

  • Consultar una segunda opinión: Hablar con alguien que te ayude a ver la situación desde otro ángulo (ya sea una asesor financiero o una persona con experiencia) puede ayudarte a tomar decisiones más objetivas.

Invertir es también gestionar emociones. Saber reconocer nuestros sesgos nos permite frenar antes de actuar, evaluar mejor y, sobre todo, tomar decisiones alineadas con nuestros objetivos y no con nuestros miedos. Porque al final del día, la clave no es evitar las caídas, sino aprender a atravesarlas con claridad y confianza.

LUCIA CARBAJALES

Anterior
Anterior

El mejor momento para invertir no es el que pensás

Siguiente
Siguiente

La calma también se ahorra